El término «fundación», aplicado a la historia política y cultural del Occidente europeo, sugiere no sólo la idea de un largo y complejo proceso, en el que se unen de forma coherente muchas y muy diversas aportaciones sociales, sino también la posibilidad de que dicho proceso sea deudor de una profunda reflexión -que algunos llamarían proyecto- sobre los objetivos y posibilidades de una sociedad que contrastaba las penurias de su presente con las glorias mitificadas de su pasado.
Entre los fenómenos sociales que contribuyeron a la fundación de Occidente y a su concepción universalista destacan las peregrinaciones, cuya característica esencial es la conversión de una experiencia religiosa individual en una expresión colectiva de valores sociales. Y esa es la razón por la que el Camino de Santiago, que constituye el más amplio proceso de acción colectiva del Medievo, quedó definitivamente vinculado a la historia de Occidente.
Las peregrinaciones sirvieron de eficaz instrumento para sustituir la topografía de la Antigüedad por una nueva concepción del territorio -la topografía cristiana- que hacía posible compaginar la diversidad de los espacios políticos emergentes con el ideal de unidad que se plasmó en el Sacro Imperio Romano-Germánico. «Caminando al servicio de Dios», los peregrinos experimentaban y delimitaban el nuevo espacio europeo, al tiempo que daban legitimidad a los poderes que frenaban la expansión de Bizancio y del Islam, y sentaban las bases políticas de Europa.
Tomando como referencia el Camino de Santiago, el profesor Barreiro Rivas, de la Universidad Compostelana, estudia los procesos de concentración del poder político y económico que facilitaron el tránsito a las formas políticas del Renacimiento.