Dibujar es un proceso lento, de observación y comunicación íntima con aquello que se dibuja. Dibujar es atender al exterior, tratar de comprender lo que vemos, intuir sus estructuras, normas, reglas de vida y tratar de hacerlas nuestras a través de nuestra mano, de nuestro cuerpo, de nuestra emoción y cognición. Dibujar es, de algún modo, escuchar al otro y hacernos un poco como él. Dibujar es suspender el juicio propio e intentar comprender otro juicio, otros modos, otras realidades, y encarnarlas a través de nuestros dedos. El dibujo de las plantas en su lugar de origen nos ofrecía la doble posibilidad de trabajar con la calma, el ritmo lento necesario para la escucha respetuosa y la mirada abierta y curiosa, el tiempo suspendido de mirar, de atender, de percibir. Ir hacia el lugar, en lugar de traer el lugar a nosotros, a nosotras, nos parecía importante como acto de humildad y respeto, no sólo por motivos superfi cialmente ecológicos, sino de respeto profundo a nuestra tierra. La escucha, el acercamiento y el respeto nos resultan elementos primordiales en la enseñanza, centrada en exceso a veces en el ser humano como centro y no como parte de la educación, el conocimiento y la vida. Por otro lado, el conocimiento de determinadas artistas que habían centrado su vida en la observación y la descripción, como Elizabeth Blackwell, o que se habían desplazado miles de kilómetros para observar, registrar o comunicar sus experiencias visuales, como Marianne Sybile Meriam o Marianne North, nos ofrecían unas trayectorias vitales significativamente importantes como para generar la empatía que animara a niñas y niños a pensar que valía la pena observar y conocer a través del di- bujo y la mirada otras realidades que a veces están muy lejos, pero otras muy cerca.