Se ha dicho que el Estado puede obligar a dos cosas: ir a la guerra y pagar impuestos, pero mientras a la guerra las tropas suelen ir cantando, a pagar los impuestos se acude «llorando». ¿Por qué ha de ser así? ¿Por qué no afrontar la fiscalidad con humor, estoicismo o ironía? Ya se sabe que ser feliz pagando impuestos, como amar estando cuerdo, no son actitudes propias de la naturaleza humana (Edmun Burke), pero de ahí a horrorizarnos hay un abismo. ¿Por qué no sonreír ante lo inevitable? ¿Por qué no conocer los impuestos en forma distendida, juzgarlos y hasta criticarlos con sentido del humor? ¿Por qué no disfrutar de las meteduras de pata, errores y extravagancias del legislador, de los gobernantes, de la inspección y de los contribuyentes? ¿Por qué no gozar de los mitos, de las leyendas y de las frases relacionadas con los tributos? La actitud positiva ante lo impuesto es sana. Como decía Samuel Beckett, «nada es más divertido que la infelicidad… si, sí, es la cosa más divertida del mundo».
Ya iba siendo hora de que se hablase de los impuestos y de su entorno sin tecnicismos, bajo una visión amena y entretenida; de exponerlos con sentido del humor; de obrar como cuando se suministra un fármaco contra la adversidad. Ya era hora de poner el acento allí, donde los impuestos tienen su gracia, de contemplar la cara amable de los impuestos. Como en este libro.