Hay personas que brillan con luz propia entre todas las demás. Son los líderes. No quieren dominar, quieren crear, construir nuevas instituciones, inventar nuevos mundos. Si miramos con cuidado y atención a nuestro alrededor, reconoceremos a esos semejantes que albergan un sueño y saben cómo cumplirlo: a ese empresario emprendedor que consigue crear un producto con alma que satisface las necesidades o los deseos de la gente; a ese creativo imaginativo y sagaz que logra trazar una imagen de marca persuasiva y armónica; a ese hábil político que dirige con firmeza y sensatez las riendas de su partido; a ese administrador que diseña un eficaz plan de gestión; a ese responsable de recursos humanos que agrupa un equipo de trabajo capaz y entusiasta... El líder, en definitiva, es la tentación de la excelencia, un espejo en el que mirarnos: el Gran Seductor. Aquel que parece saber tomar siempre la decisión correcta y transmitir al prójimo su propio convencimiento, su propia confianza, su propia energía, su propio entusiasmo. Porque, en realidad, desde que el mundo es mundo, lo único que cuenta, que mueve y que da fuerza a las personas, que las arrastra, es un sueño. Y eso lo sabe cualquier líder.