Torpedos flamencos es un canto fresco, una incursión en las fuentes de lo popular. Las distintas voces del pueblo se reinventan aquí con peculiar ironía y un disparatado sentido del humor. Como en sus libros anteriores, Guache goza de un espíritu guasón y desmitificador, utilizando la burla de una forma iconoclasta aunque no exenta de cierta ternura. Al igual que Picabia -de quien convendría recordar su serie español- hace guiños a las antípodas de lo intelectual en un tono festivo que respira una sana irreverencia transmisora de chispeante comicidad.
"De entre los poetas contemporáneos no hay nadie que se parezca a Ángel Guache, probablemente, en este aspecto el más solitario de todos [...]. Empezó siendo un poeta refinado y melancólico, de los que a Bonet le gusta llamar de la 'escuela de Trieste', aquella recordada editorial, pero ha acabado siendo una especie de contrapoeta enemigo de los poetas al uso, especialmente de los pedantes e infatuados." Ángel Rupérez, El País.
"Si la poesía española de hoy fuera un cementerio (y no estoy seguro de que no lo sea) Ángel Guache sería Beetlejuice, ese personaje de Tim Burton empeñado en desbarajustar la paz de los muertos. Si la poesía española de hoy fuera un campo de batallas (y parece claro que sí lo es a tenor de los espadazos que algunos poetas se cruzan), Ángel Guache sería un topo que, mientras sobre la superficie sus colegas se desangran, cava un sótano donde celebrar fiestas. Si la poesía española de hoy fuera, en fin, un desierto (y quién duda que lo sea), Ángel Guache sería uno de los pocos oasis en los que refugiarse del aire calcinante. En cualquier caso, cementerio, campo de batalla o desierto, lo que está claro es que Guache es un elemento extraño en cualquiera de los medios en los que, supongo que a disgusto, sobrevive." Juan Bonilla.