El Presente diario inicia así una serie de escrituras íntimas, donde la transgresión es concebida como un efusivo estado de ánimo y el único éxito, en palabras de su autor, es “seguir escribiendo”. La violencia de algunos tramos del mismo va en musical sintonía con la comicidad de otros, y el único tiempo vivido es el del aprendizaje del artista cachorro, de sus risas y fantasmas, junto al completo desenvolvimiento de la pasión amorosa, en todo su esplendor, siempre ilativa a su vida literaria.