Madrid, 27 de mayo de 1894. La temporada taurina está en plena ebullición. Manuel García Cuesta El Espartero es el matador de toros número uno del escalafón. El diestro sevillano asombra a los aficionados por su arrojo y por su menosprecio cotidiano al peligro. Manda en la Fiesta desde hace unas temporadas e impone su estilo a sus compañeros de profesión. Le queda uno de los retos más importantes de su carrera: convencer al público de la capital. A eso de las cinco de la tarde saldrá por la puerta de chiqueros para enfrentarse a una temible corrida de Miura. Poco antes, en el tenso ambiente de una habitación de hotel donde el torero se viste, está acompañado de un personaje singular, el periodista Mateo Rueda, que viene siguiendo al matador por un encargo de su periódico para realizar una serie de artículos a la manera de los folletines que hacen furor en aquellos años entre los lectores. El torero desgrana su vida como si después de esta larga tarde ya nada fuese a ser igual. En una mezcla de ese presente asfixiante y los recuerdos que le sirven para suavizar el paso del tiempo y aliviar la tensión ante tan tremendo compromiso, repasa una carrera llena de obstáculos, sacrificios y triunfos, donde la pasión y la heroicidad de sus gestos marcan el ritmo previo a un nuevo enfrentamiento con la muerte.