Allí, sentado en la piscina y acompañado por Kristina, la joven búlgara que se ocupa de su padre, espera quizá descansar o que le dejen tranquilo, pero no lo consigue. La confrontación con la realidad de su familia evoluciona a lo largo de las dos semanas, pero la ausencia de comunicación y de mutuo conocimiento se hacen especialmente patentes cuando abre una carta dirigida a su padre, que hace que se tambalee su mundo. A principios de los 80, su padre tuvo el privilegio de pasar tres meses en Zurich como profesor invitado y allí tuvo una aventura, cuya consecuencia es una hija. Christoph decide viajar a Zurich para encontrarse con la antigua amante de su padre, explicarle su situación actual y quizá así entenderle un poco mejor. Allí descubre que su hermanastra murió en un accidente de coche y que a él todo esto le resulta ajeno, pero a la vuelta a Schwerin su padre ya no le parece tan ausente.
Ligada a esta historia principal que estructura la novela, Gregor Sander cuenta muchas otras historias: la historia de una familia desfragmentada, la historia de varias relaciones amorosas, la historia de problemas personales, como el alcoholismo o la enfermedad, o la historia de la vida en la RDA y de lo que la caída del muro supuso. Todas ellas dependen del hilo principal del narrador y no presentan una estructura clásica con introducción y desenlace, pero son igualmente determinantes para la creación del ambiente de la trama y para la caracterización de los personajes.