Schreber carga con la culpa de ese terrible acto cometido por sus antepasados, una serie de docentes y psiquiatras que, al osar tratar a Dios como «objeto de experimentos científicos», iniciaron su agonía. Más que aventurar un diagnóstico de la locura del personaje, Calasso otorga relevancia a la verdad emanada del delirio mismo, al conocimiento derivado de la incursión en nuestras mentes de las potencias que rigen el mundo. Y restituye con ello la soberanía de Dios, de los dioses que, como dijo Jung, «se han convertido en enfermedades». Y así, a partir de severas críticas a Fleschig o Freud y de reflexiones sobre la historia familiar y el delirio de Schreber, Calasso entreteje, por medio de la voz de Schreber, un certero examen de la sociedad moderna: «No puedo evitar sonreír cuando os veo a vosotros, hombres hechos fugazmente, moveros con la cabeza alta, descargados del peso de la burocracia divina. Vosotros no lo sabéis aún: el dios muerto pesa más que el dios vivo, y más que el otro os devora».