AVISO DE LECTURA..Creo recordar que en una novela de Gombrowicz, Cosmos, en algún momento el protagonista mira al techo de su habitación y ve una raya que bien pudiera ser una pequeña grieta pero que él interpreta como un signo, una señal, un aviso. Ver signos por todas partes es hoy uno de los vicios que la posmodernidad nos ha legado. Vemos por ejemplo un programa de televisión en el que sale Belén Esteban y no nos conformamos con ver mierda sino que desde el retrete rosa nos remontamos hasta la condición efímera de las identidades bajo el capitalismo depredador sin que falte quien vea en la susodicha un remake rizomático y fungible de Madame Bovary. Todo es signo: los padres, las novias, los trabajos, los amigos, los silencios. Signos de nada seguramente, pero ver signos e interpretarlos es hoy el único juguete mental que se nos permite...Si cito a Gombrowicz no es solo para lucir mi cultura literaria -la cultura es hoy un significarse que apenas requiere significado- sino porque el protagonista de esta novela sufre a mi entender de ese síndrome de sobresignificación que, si no les importa, llamaré <<(> <<)>el síndrome de Constantino>>, en homenaje a aquel emperador que soñó con dos rayas en forma de cruz y concluyó con el famoso In hoc signo vinces. Un protagonista -<>- que ve carteles dispersos por la ciudad y, obsesionado, quiere pensar que revelan y esconden un mensaje. No les extrañe: en una vida carente de sentido se trata de encontrar uno sea como sea. No es que se vuelva loco: para quien vive en extravío lo real es el mapa y no la realidad. Y la novela narra eso: cómo, muerta la realidad, sólo nos queda su epitafio, el mapa, es decir, el Juego de la Oca. De signo en signo y vivo porque me toca. No esperen a que Babelia, El Cultural, el ABCD o el suplemento cultural de El Progreso de Lugo se lo diga: esta es la mejor novela del año. O casi..