Dejando atrás los signos de una ciudad desconocida, un tren avanza sobre interminables llanuras de nieve sucia. Un paisaje salpicado de trampas: fosos, calderas, agujeros blancos y agujeros negros; elementos visionarios de un mundo enigmático donde los personajes deben rastrear su propio laberinto simbólico. Estaciones, monasterios, orfanatos, aulas y visiones estructuran el viaje de iniciación de un elegido grupo de huérfanos. Un combate físico y un combate mental en el universo de la paradoja. Un final previsible y un final inesperado para la orfandad. Viaje de estudios recupera, de un modo asombroso, una de las tradiciones literarias más nobles de nuestra época, la aventura intelectual, y la empuja fuera de la vía muerta en la que parecía abandonada. Menchu Gutiérrez construye un orden acorde solamente con su verdad interna, en el que la arquitectura de la memoria y, sobre todo, una movediza geografía del miedo, dejan de ser simples alegorías para erigirse en un cálculo perfecto, formas encarnadas en un plano que expresa, con belleza y violencia inusitadas, la tarea de la imaginación, y a la vez su sueño más oscuro.