Raffles es un dandy, un bon vivant, un caballero. Reside
en un lujoso hotel de Albany de Londres, pertenece a un distinguido club
inglés y practica el cricket con éxito. Su educación
es exquisita y se relaciona con los más selectos círculos
de la alta sociedad. No obstante, para ser un perfecto caballero inglés
que vive de las rentas, adolece únicamente de un pequeño
detalle: no tiene rentas de las que vivir. Pero esta inconfesable incapacidad
financiera no puede ser un obstáculo para un perfecto gentleman,
de modo que nuestro hábil Raffles decide que sean los acaudalados
joyeros del West End, entre otros, los que corran con los gastos de su
lujosa vida. Así, Raffles, se convierte en el rey de los
ladrones (coincidiendo en tiempo y lugar con el indiscutible rey de los
investigadores privados, Sherlock Holmes, cuyo creador, Sir Arthur Conan Doyle, llegó a ser cuñado -cosas de la vida-
de Ernest W. Hornung, creador de Raffles)...
El rey de los ladrones, es decir, el más astuto,
escurridizo y elegante de cuantos hayan existido jamás: un ladrón
de guante blanco.