Eduardo Arroyo ha ilustrado esta ejemplar edición del Don Juan echando luz sobre una obra cuya singularidad mayor y enigma supremo están en el sostenido atractivo que ha venido ejerciendo a lo largo de varias generaciones. Resaltando el carácter a un tiempo chistoso y sublime de la aventura zorrillesca, la mirada del artista descubre, en efecto, un rasgo distintivo del clásico: su ambivalencia, su capacidad para arrastrarnos con una mano hacia el patetismo mientras con la otra nos distancia, como advirtiendo que aquello hay que tomarlo con un grano de sal. Ningún artista de categoría pareja había dedicado antes una mirada tan detenida a la célebre obra de Zorrilla.