Las apasionantes páginas de La bohemia española en París a fines del siglo pasado constituyen un fresco de la vida y las aventuras y desventuras de los españoles en la ciudad del Sena. Pertenecen a ese género de memorias, no muy frecuente entre nosotros, que cuentan, según afirma su autor, Isidoro López Lapuya, «los detalles de la vida media, de los hombres que iban camino de la cumbre y no llegaron a ella». Aquel París que vivió y reseñó Lapuya no cobijaba sólo bohemios y artistas, sino que allí vegetaban y conspiraban exiliados de la primera República, como Ruiz Zorrilla, el capitán Carlos Casero o Nicolás Estévanez, que preferían morir en el extranjero si no conseguían instaurar en España un nuevo régimen. El doctor Esquerdo, Pi y Margall, el Padre Gabarró, los artistas Benlliure y Sarasate... Pero al lado de éstos, y aquí radica la sugestión del libro, cientos y cientos de oscuros pintores y escultores, que recorrían Montparnasse, con sus obras, en busca del nada fácil condumio diario. Y artistas de otros géneros tan españoles como bailarinas, guitarristas, payasos, bibliófilos, vividores, engatusadores de toda laya y condición, universitarios, sabios, tipógrafos, pensionados por el Estado español que se quedaban en Francia porque estaban mejor pagados... Miembros de una bohemia perniciosa, en fin, miseria y grandeza, podredumbre y sacrificio en una mezcla abigarrada de personas, personillas y personajes, muchos de ellos condenados al más triste de los olvidos si no fuera por la pluma, la generosidad y la entrega de otro desconocido como fue, y sigue siendo, Isidoro López Lapuya.