Richard Garnett (1835-1906) sucedió a su padre como encargado de la biblioteca del Museo Británico, institución en la que prácticamente transcurrió el resto de su vida, desempeñando cargos de responsabilidad hasta su retiro en 1906. Además de su ingente actividad erudita, tan encomiada por algunos de sus contemporáneos, Garnett fue un infatigable escritor. Gran traductor, publicó varios volúmenes de poesía, redactó numerosos artículos para la Encyclopædia Britannica, prologó innumerables ediciones de clásicos ingleses y europeos, compuso una History of Italian Literature y escribió una serie de monografías biográficas de hombres de letras como Milton, Carlyle, Emerson o Coleridge bastante apreciadas en su tiempo. Pero su obra más perdurable es, sin duda, El crepúsculo de los dioses, publicada en 1880 y muy elogiada por gente tan dispar como Swinburne o H. G. Wells. Se trata de una serie de cuentos fantásticos a la manera de los apólogos de Luciano donde el apacible erudito victoriano, el «ratón de biblioteca en el buen sentido del término» (como lo definió T. E. Lawrence), se destapa con un humor corrosivo y una crueldad deliciosamente implacable para ofrecer una nueva y sorprendente interpretación de ciertos episodios históricos o mitológicos que dejan abundante margen a la especulación y se prestan a un tratamiento paródico cargado de ironía y mordacidad.