En esta novela corta en trece módulos autónomos de lectura intercambiable, a través de la narración de anécdotas cotidianas de los Benedek, una familia húngara emigrada a Argentina, Kalman Barsy cuestiona e invalida la presunta simplicidad de los sentimientos entre hermanos y entre padres e hijos, y transmite su complejidad, con sencillez admirable, mediante el acertado uso de los silencios.
Kalman Barsy plantea el proceso de creación de una figura legendaria; tal vez por necesidad de historia, tal vez por huir de sus presentes, todos colaboran en construir el mito de Laci, unos lo sufren, otros lo hacen sufrir, y Attila sabe que, a falta de otras vivencias, todos se definen en función de su relación con ese bien incuestionable, el misterio del recuerdo de la vida de su hermano. El padre Zoltán o Zolio Benedeck privilegia a su hijo mayor, Laci, un niño cuyo carisma le permite vivir libre y ser conflictivo, sobre las habilidades y actitudes del menor: aunque Attila aprende pronto el español, es buen estudiante, admira a su hermano, acompaña a su madre, calla, espera y observa, las palabras de elogio de su padre hacia Laci y las críticas hacia él terminan, inevitablemente, configurándole como un personaje resignado a ser el segundón y a "sólo" contar la historia. No tan paradójicamente, ser el contador de la historia lo convierte en protagonista: el antagonista pasivo y reflexivo observa, recuerda y narra los episodios de la vida del protagonista activo e irreflexivo, episodios que se corresponden con los avatares de la familia de emigrantes húngaros a Argentina, cuyos nietos, Alejandro y Sebastián, saborearán entusiasmados platos de nombres raros (galushka, turros csusza) pero serán casi porteños.