El Cantar comenzaría a sonar, por tierras del alto Duero, cuando mediaba el siglo XII. Como toda poesía épica, era la celebración vigorosa de un héroe, pero, excepcionalmente, de un héroe cercano. El recuerdo de Rodrigo Díaz de Vivar, muerto unos decenios antes, se mantenía fresco en muchos aspectos, y sobre todo como espejo ideal de los caballeros que poblaban la Castilla fronteriza, perpetuamente en pie de guerra para conquistar no las tierras, sino las riquezas de los moros. El Rodrigo del Mio Cid se nos pinta, así, con espléndidos trazos realistas, fieles a la experiencia de la vida, pero a la vez con la aureola de los mitos.