A todo editor le produce siempre una honda emoción encontrarse de pronto, entre centenares de manuscritos, con una novela como Al final de la mirada, de Alfonso Fernández Burgos, y darla a conocer con la firme convicción de que ha tenido el privilegio no sólo de ser uno de los primeros lectores en disfrutarla, sino de haber descubierto a un nuevo escritor con un ya muy sólido talento literario. Eduardo Cortil, director de una sucursal bancaria en Madrid, separado y con un hijo a punto de entrar en la universidad, recibe a los cuarenta y cinco años el diagnóstico clínico de una muerte inminente. Tras el pánico y la incredulidad iniciales, la noticia, como un rayo revelador, trastorna su personalidad apocada y abúlica y le obliga a enfrentarse a las sombras del pasado, dispuesto finalmente a un ajuste de cuentas consigo mismo. Mientras se debate entre el recuerdo de su ex mujer, Helena, y su actual relación con Sara, le asedian personas, hechos y escenarios de otro tiempo: el padre -magistrado del antiguo Tribunal de Orden Público-, la militancia en la izquierda clandestina durante su juventud, la adolescencia en un internado de jesuitas o la infancia en Encinar del Castillo… Unos recuerdos que emergen silenciosos, irremediables, como un animal salvaje, y que torcerán su destino hacia metas imprevisibles.