Como bien saben los seguidores de la colección La sonrisa vertical, que pronto llegará a su título número cien bajo la dirección de Luis G. Berlanga, no es la primera vez, ni será sin duda la última, que abordemos el tema del sadomasoquismo. Pero nunca hasta ahora habíamos encontrado —y difícilmente lo hagamos en el futuro— un testimonio actual tan turbador y conmovedor a la vez como estas memorias de un ama célebre que ahora presentamos. Porque Annick Foucault no es otra que la propia Françoise Maîtresse, nombre bajo el cual se ha dado a conocer no sólo en París, donde ejerce, sino también en los ambientes «especializados» de toda Europa e incluso Estados Unidos. Dominadora en sus múltiples servicios, domina con igual destreza los servicios mediáticos, ya que emplea el Minitel para establecer sus contactos y el ordenador para sus encuentros con quienes exponen en vídeo sus propias particulares apetencias. Pero lo más curioso y, sobre todo, lo más novedoso de este libro no radica sólo en esta actualísima imagen de una humanidad atormentada por el deseo, sentada ante un ordenador para proyectar en su pantalla los propios impulsos incontenibles. Está también en las detalladas secuencias de los encuentros personales, en la minuciosa descripción de la parafernalia necesaria para alimentar todas las fantasías y, en particular, en la reflexión que Annick-Françoise hace de sus experiencias, no sólo acerca de sí misma, de sus propios gustos, sino de aquellos que acuden a ella en busca... del dolor libremente recibido, en ese punto en que la compasión pasa a ser crueldad, el deseo de castidad es lo obsceno, y los emblemas de Sade se mezclan a los de Sacher-Masoch.