Dicen de mí que soy un niño muy sensible, pero no estoy tan seguro de que eso sea un cumplido... Los adultos lo dicen sonriendo, y sin embargo en el fondo de esta sonrisa hay algo triste que me hace pensar que no se enteran de nada.
Quien habla es Luca, un niño que una buena mañana entra en la habitación de su madre para despertarla y reclamar el desayuno, pero ella no contesta. Peor aún, no se mueve. Por la tarde, al volver del colegio, abre de nuevo la puerta y ahí está el cuerpo de la mujer, tapado por unas mantas, en la misma postura. Por fin Luca comprende, pero sabe que un niño huérfano está condenado a un internado, y resuelve la situación como mejor sabe: mintiendo.
La primera mentira se coloca desde el principio entre esos libros que golpean fuerte porque aquí nada conmueve con trucos fáciles, y eso gracias al talento de Marina Mander, una narradora que trabaja sin red, sin comodines que hubieran hecho más fácil su trabajo: Luca no es un genio, ni es autista, ni su familia es especial. Estamos delante de la voz de un niño a secas, testigo incómodo de las complicadas relaciones entre los adultos.
Lo que se encierra en estas pocas páginas es una historia trágica que camina a pasos ligeros y hondos, una pesadilla tierna de la que solo nos libraremos al oír el timbre de la puerta con el que se cierra esta espléndida novela.