A Flor237;n le han puesto el nombre equivocado. Andar225; por los cuarenta y es un tipo sin valores, brutal y taciturno. Con un sentido del humor crudo y s243;lo para s237; mismo.
Flor237;n pertenece al padr243;n de Madrid, del Madrid rudo y suburbial. Le encontrar233;is machacando la cabeza a un payaso por un par de billetes, o alargando la cerveza durante horas en un bar, o, quiz225;s, acompa241;ado por la Mala Racha en una partida de giley. Oir233;is tambi233;n sus respuestas desganadas a las preguntas del hombre del saco en una habitaci243;n desnuda.
Una noche, el sujeto de hormig243;n que es Flor237;n recibe un soplo sutil: un sentimiento.
Irene... o Imelda, por ah237;, es delgada y limpia, dulce pero obstinada, de voz casi pueril. Pero oculta un fondo helado y compacto. Florin se ve sometido por ese alma acerada agazapada tras una mirada azul.
Se mover225; bajo el dominio oculto de Irene. Avanzar225; impulsado por un soplo de ternura, algo que no reconocer225; por sutil y desconocido.
Con un lenguaje y un ritmo que acompa241;an de manera implacable a los ambientes marginales reflejados en la novela, Juli225;n Ib225;241;ez nos traslada a un universo propio, rico en atm243;sferas y personajes, en el que la noche y la carretera se convierten en protagonistas de una historia en la que no tienen cabida la luz, el reposo o la fortuna.