En la mejor tradición de Hoffmann y Poe, Cazador de ratas es un relato alucinante del San Petesburgo de 1920, de una ciudad hambrienta, agotada por la guerra civil, donde lo cotidiano no se puede distinguir de lo siniestro.
Una anciana que vende un gorrito amarillento para comer ese día, un mujik que pesca clandestinamente en el Moika o un tendero que la revolución ha convertido en responsable de los alojamientos de la ciudad, trazan un clima de miseria en el que el protagonista, después de salir del hospital, encuentra refugio en el edificio desierto del antiguo Banco Central. A partir de entonces la narración, aunque mantiene su estilo realista y preciso, parece tener otro sentido: ¿lo que ve es real o solo se debe a que está enfermo y hambriento?
En Cazador de ratas realidad y delirio se confunden y se siente la fascinación del torbellino de pasiones, el ansia de riqueza, la maldad y el crimen liberados por la tormenta revolucionaria, que nos amenazan como las ratas de los cuentos y las pesadillas.