Existe un momento en la vida en el que, en pleno paraíso, se desintegran los destinos previstos. Un instante, un segundo, en el cual un simple gesto, una decisión, convierten un trecho en principio insignificante en otro definitivo, irreversible. Elegir es, entonces, un camino sin retorno a través del cual uno se transforma en un kamikaze que acecha sensaciones cuya existencia sólo intuía. Y las enfrenta con todo el vigor, porque en el paraíso no hay lugar para los heridos. A veces, uno se precipita hacia el final del edén sin saber, siquiera, que lo estaba habitando.