«En 2003 fui invitado como profesor al programa del Visual & Environmental Studies en la Universidad de Harvard. Mi curso incluía el visionado de varias películas, y dispuse la proyección de una cinta en 35 mm de Blow Up. Con aquellas bobinas en la mano se me ocurrió inmediatamente la idea: buscaría la secuencia en la que Thomas se desquicia ampliando compulsivamente los fotogramas de la escena en el parque hasta descubrir la presencia del cadáver; llevaría entonces la bobina al laboratorio fotográfico contiguo a la sala de proyección, seleccionaría el fotograma de la revelación, lo colocaría en el portanegativos de la ampliadora y retomaría ese proceso de aumento progresivo y frenético a partir del momento en que Thomas, en el filme, se detenía? ¿De qué están hechas las imágenes, cuál es su material básico, su metafísica? La respuesta nos reenvía ya no al cadáver de un cuerpo inerte que simula la muerte, sino al propio cadáver de la representación? Por más real que parezca, cualquier imagen contiene la amenaza de una falsedad inevitable.»