Prolijo autor, polemista inmisericorde, punzante escritor, Domenico Losurdo (Sannicandro di Bari, 1941) ha sabido poner en claro y sobre el papel las ambivalencias, zonas de sombra y claroscuros de la filosofía clásica alemana. Buena muestra de ello son libros como Autocensura y compromiso en el pensamiento político de Kant (de próxima aparición en Escolar y Mayo Editores), La comunidad, la muerte, Occidente: Heidegger y la "ideología de la guerra" (Losada, 2003) o Nietzsche. El rebelde aristocrático (Bollati Boringhieri, 2004), en los que Losurdo conjuga el rigor documental y la lucidez interpretativa que le han dado fama internacional -no en vano sus obras han sido traducidas a las principales lenguas europeas- con un insobornable espíritu crítico que desvela los flancos ideológicos, aún por hollar, de los grandes clásicos de la filosofía política.
Este mismo espíritu crítico adquiere todavía mayor intensidad, sin menoscabo alguno de la solidez argumentativa que recorre toda su obra, en los ensayos donde Losurdo trata de desenmascarar las fallas e inconsecuencias, los déficit de justificación, de una ideología imperiosa y dominante que no se encuentra en disposición -como es el caso de toda ideología- de revertir sobre sí misma los criterios de enjuiciamiento, legitimidad y ejemplaridad que aplica por doquier. Así, Losurdo ha puesto al descubierto la otra cara del liberalismo clásico, no tan individualista y humanitarista como quisieran sus mentores (Contrahistoria del liberalismo, El Viejo Topo, 2007), o ha desvelado las falsificaciones de un revisionismo histórico empeñado en negar y abolir el legado de las grandes revoluciones europeas (El revisionismo histórico, Laterza, 2002).
En El lenguaje del imperio el filo crítico de Losurdo apunta, si cabe con mayor vigor y rotundidad, hacia la ideología de la guerra que ampara y promueve, que ensalza y justifica, la cruzada política, religiosa y militar que se dirige desde Washington contra quienes resisten, o siquiera cuestionan, la hegemonía estadounidense, y apunta hacia ella con la suficiente destreza como para mostrar que todos los cargos esgrimidos contra el enemigo -Terrorismo, Fundamentalismo, Antiamericanismo, Antisemitismo, Antisionismo, Filoislamismo y Odio contra Occidente- son más bien dudosos, cuando no rigurosamente imputables a ese imperio planetario que se pretende a salvo de cualquier incriminación.