"Cuando siento no escribo" es una frase desafiante de Bécquer que, a la vista de lo que a veces se ha dicho de él, también podría tomarse como una protección que el poeta quiso lanzar hacia el futuro de su obra. No siempre le ha servido, claro está: los planteamientos pseudomísticos, las divagaciones acerca de lo inefable y de la insuficiencia de la palabra poética, un tratamiento mojigato de la cuestión amorosa, la caricaturesca imagen de un Bécquer truculentamente romántico, o maldito, o angélico e intuitivo, es decir, incapaz de razonar... todos estos, y otros falseamientos y prejuicios han logrado poner a Bécquer bajo una aureola que probablemente él hubiese rechazado y que desenfoca lo más vivo y moderno que hay en su obra. Pero el autor de las Rimas tiene poco que ver con el Bécquer más tópico: es un ciudadano que ha roto (por decepción o lucidez, qué importa) con lo que representa la soñadora imagen juvenil que aún hoy suele ilustrar las ediciones de los libros.