Desde las primeras décadas del siglo XX la opinión pública no ha cesado de preguntarse qué les pasa a los jóvenes. Las revoluciones sexuales de los años 20 y 60, la identificación con músicas como el rock o el bakalao, estéticas como el tupé o el pelo al cero, su afición a las drogas, el uso de sociolectos tan singulares, la práctica de la violencia, etc., son todas ellas conductas que gran parte de los formadores de opinión han solido percibir con preocupación y posteriormente evaluado como problema.
Debido a la influencia de la opinión pública, cada vez más temerosa, y a las exigencias impuestas por el Estado, cada vez más obsesionado con la purificación del orden social, gran parte de las investigaciones sociológicas han solido partir de lo que a los jóvenes les faltaba o sobraba para integrarse en el orden de la sociedad instituida, en lugar de lo que fueran o insinuaran poder ser al margen del orden instituido.
Este texto es el resultado de una investigación que se ha tomado en serio la diferencia juvenil. En concreto se analiza la afinidad y disidencia respecto a las macroestructuras culturales levantadas en la modernidad que manifiestan con sus ceremoniales lúdicos los adultos en una sala de fiestas y los jóvenes en una discoteca. Y lo que se concluye es que mientras los adultos permiten mantener el orden instituido, incluso divirtiéndose, los jóvenes tienden a disolverlo o a entenderlo de un modo distinto y, en algún caso, a crear efímeras pero potentes sociabilidades alternativas.