Bajo el título Nuevo retablo de Don Cristobita, Cela reúne un original, atractivo y brillante conjunto de cuentos («los cuentos escritos desde que me metí al oficio hasta hoy») con una prosa cuya prodigiosa vitalidad se vierte al paisaje, a los tipos, a las horas y a los instantes de su tempo narrativo. Cela es particularmente afortunado en el relato corto: lo mima, lo teje con un primor de un artesano con buenos mimbres, lo colorea de fiesta y después lo echa a volar como una cometa risueña que salta y hace guiños. A veces, tiende al sarcasmo: «Es pequeñito, pequeñito como Napoleón –dice él– o como Kant, aquel filósofo cervecero, o como Cromwell, que una vez pegó un susto tremendo a los ingleses.» Otras, el juego voraz de la muerte y de la vida, se expresa en frases tragicómicas: «Encarnación Ortega Ripollet, alias Mahoma, tenía tres aficiones: la filosofía, el vino de Valdepeñas y un vidriero-fontanero de la calle del Amparo que, la verdad sea dicha, no estaba nada pero que nada mal.» En ocasiones, el escritor tiñe estos relatos de esa atmósfera de encantamiento que rodea las viejas leyendas de su tierra; otras, el aire de esperpento los cruza como un latigazo, pero siempre un hálito poético, desgarrado y melancólico atraviesa esta mágica recopilación de invenciones, figuraciones y alucinaciones.