«Y ahora, en que todos los que se mezclan conmigome miran con lástima y conmiseración, ahora, en que los que no saben, me juzgan acabada y muda, anclada en una silla de ruedas, ahora en que mi única actividad física está encaminada a mantener mi cuerpo con vida para terminar a través de él la labor encomendada, ahora ya puedo, ya siento al fin, libre de toda trampa mental, libre de los temores que entonces me cercaban, libre de aquel dolor lacerante que me aguijoneaba sin cesar, libre del terror de lo que podía acontecer con las vidas de mis hijos, ahora siento con plenitud de parte de todos ellos el mar de su cariño.» Carmen Laforet pasa las páginas de un álbum de fotografías, de atrás hacia adelante. A su lado está su hija, Cristina Cerezales, que ha ideado este camino de vuelta y la acompaña en un intenso viaje por las habitaciones de la memoria. Cierran los ojos y sus pensamientos se comunican de un modo nuevo, único, precioso. La voz que Carmen Laforet había decidido silenciar muchos años atrás, que silenciaría una enfermedad degenerativa, cobra la entonación precisa a través de su hija, en un silencio plagado de palabras, palabras no enunciadas pero claras y llenas de revelaciones, en un lenguaje nuevo, en clave de música blanca. Desde su privilegiada condición de hija y de experta en su obra, Cristina Cerezales brinda al lector un material de primera mano sobre Carmen Laforet en el que abundan detalles reveladores que permiten entender en profundidad su vida y su obra. Pero, ante todo, es un recorrido valiente, libre y sabio por los claros y las sombras de la condición humana. Una bellísima declaración de amor de una hija hacia su madre.