El arte, y muy especialmente su portavoz y catalizador: la poesía, tras el veredicto hegeliano que lo había condenado irremediablemente al pasado por lo que respecta a su servicialidad, y tras ensayar a fines del siglo XIX su propia exaltación como "ars gratia" artis, ya no puede siquiera refugiarse, como ayer lo hiciera.