El acontecimiento que llevó a Georges de La Tour a especializarse en noches parece haber coincidido con el incendio de Lunéville.
En los alrededores de Lunéville, la guerra de los Treinta Años: la Lorena asolada por las tropas francesas, los castillos en llamas, las iglesias ultrajadas, los conventos saqueados, los cuadros quemados. El taller y las telas diurnas perecen entre las llamas. Este testimonio es de septiembre de 1638: "Entonces prendieron fuego a la villa y al castillo, durante una noche tan oscura que, con el resplandor y la luz del fuego, se podía leer en la pequeña cuesta que va de Lunéville a Einville". De la noche hizo su reino.
Una noche interior: una casa humilde y cerrada donde hay un cuerpo humano iluminado parcialmente por una pequeña fuente de luz.
Algunos colores vivos, vigorosos, al lado de los cuales Le Nain parece frío, triste, verde, grisáceo. Los naranjas y los rojos de La Tour arden más allá del tiempo, como brasas. Lo que en los cuadros de Le Nain no es más que un reportaje se convierte en los de La Tour en una escena eterna. Una masa oscura, una llama color limón, un rojo limpio, un bermellón intenso y mate, una grandeza triste.