En el último siglo de su historia (II-I a.C.), mientras las guerras civiles y los conflictos exteriores la atenazaban, la República romana experimentó una verdadera revolución intelectual bajo el signo de la Razón. En una época caracterizada por la apertura sin precedentes al mundo y por la integración masiva de los itálicos en el cuerpo cívico de Roma, la clase dirigente modificará poco a poco sus interrogantes, sus discursos, sus prácticas, y comenzará a preguntarse por la idea de romanidad.
Pero, ¿cómo se puede pensar cuando los valores ancestrales y las instituciones se tambalean?, ¿cómo es posible constituir un Estado, una memoria, a partir de una multitud de pueblos y de culturas? Ante la ruptura, el desorden y la crisis, los romanos apelaron a la Razón, que era a la vez una norma, un principio de pensamiento y un método de organización y de clasificación. En busca de categorías generales capaces de encuadrar la realidad y de aprehender la diversidad, descubrieron la crítica, la pluralidad y la abstracción. Es precisamente en esta creación de formas, en la construcción de un orden lógico y universal que abarcaba las singularidades históricas sin destruirlas, donde se revela la modernidad de Roma.