En Lento presente Hans Ulrich Gumbrecht pincela con su prosa sin par -que huye por igual de la afectación como de la pesantez, muy manidas formas de oscurantismo filosófico, cuando no de mera superficialidad- los trazos de un tiempo, el nuestro, expurgado de ciertas notas modernas, entre ellas: la satisfecha percepción de que todo está cambiando en un proceso que se acelera en cada paso hacia delante. Desguarnecidos del futuro, en cierto modo desesperanzados (otra vez), tampoco su reverso resiste el embate, y no hay nostalgia ni duelo, no hay acedia que exprese la percepción contraria de que se ha perdido un origen por definición irrecuperable. Y sin embargo hay, claro que hay, en nuestro tiempo retratado: un presente que se dilata y que se extiende para no ser ya vicario de otros, un presente en el que tal vez quepa el cuerpo a cuerpo con materialidades que en su cercanía alejen de una vez esas expectativas, muy rigurosamente definidas, que luego resultaron tan dañinas.