Una religiosidad perfumada de poesía impregnó, desde su primera infancia, el espíritu de Gertrud von le Fort. Además de la Biblia y la Imitación de Cristo, un libro titulado Tesoro de Canciones alimentaba la piedad de su madre, que, como oración matinal, recitaba diariamente, junto con sus hijos, una de aquellas canciones. Entre ellas, según manifestación de la propia Gertrud, «las había bellísimas». Esta vivencia infantil, que vinculó en su alma, para siempre, la religión y la poesía, constituye el trasfondo de los Himnos a la Iglesia, cuya hondura poética es equiparable a su profundidad religiosa. Su lectura puede ser atractiva y esclarecedora hasta para no creyentes.