Cada vez que se abordan los problemas del símbolo, del simbolismo y su desciframiento, se presenta una ambigüedad fundamental. El símbolo no solamente posee un doble sentido: uno concreto, propio, y el otro alusivo y figurado, sino que incluso la clasificación de los símbolos nos revela los ?regímenes? antagónicos bajo los cuales se ordenan las imágenes. Más aún: el símbolo no sólo es un doble, ya que se clasifica en dos grandes categorías, sino que incluso las hermenéuticas son dobles: unas reductivas, ?arqueológicas?, otras instauradoras, amplificadoras y ?escatológicas?. Es que la imaginación simbólica es negación vital de manera dinámica, negación de la nada de la muerte y del tiempo. Esta esencia dialéctica del símbolo se manifiesta en muchos planos, y Gilbert Durand la examina partiendo del psicoanálisis freudiano y llegando a la teofanía, para encontrar a la imaginación simbólica confundiéndose con la marcha de toda la cultura humana. Pues es en el irremediable desgarramiento entre la fugacidad de la imagen y la perennidad del sentido que constituye el símbolo donde se refugia la totalidad de la cultura de los hombres, como una mediación perpetua entre su Esperanza y su condición temporal.