La figura de María Rosa Molas evoca la vieja imagen del ánfora, incapaz de contener en su seno las esencias todas del jardín, pero que luego las expande en derredor hasta el último recodo del salón. Española del XIX, encarna una vida densa y lineal. Una vida con sentido propio. Con mensaje. Frente a la miseria de su tiempo, opta por una aportación social y religiosa que se llama consolación. Sin grandes titulares propagandísticos, sino con el realismo alternativo de llevar la consolación doquier surja la desolación. Sin patente de invención, pero con abnegación, tesón y liderazgo. No se lo hubie-ra imaginado María Rosa: las esencias de su ánfora se expenden hoy por cuatro continentes. Las necesidades de su tiempo, casi dos siglos después, son de igual actualidad. El evangelio de la consolación es hoy una necesidad tan apremiante como ayer. Consolar es tarea universal. De envergadura humana y cristiana. La Consolación es evangelio.