La Madre Teresa de Calcuta ha aparecido en nuestro siglo como un signo de bondad y de luz. Tal es la fuerza que emana de esta mujer llena de ánimos para inventar y emprender, llena de humildad y cordialidad para acoger. Estas páginas nos transmiten algo del fervor que la anima. Conversaciones, cartas, textos de reflexión para sus comunidades... Nada en ellas parece extraordinario, a no ser -y ahí radica su plenitud- el hecho de que cada una de estas palabras lleva la firma de una vida transformada por la fe y el amor. Solidaria con los más pobres, entregada sin reservas al servicio de los demás, iniciadora y organizadora infatigable de obras de apoyo en todos lo puntos del globo donde surge la miseria, la Madre Teresa está invadida por la verdad del amor. Ni en su boca ni en su pluma aparecen frases edificantes perfectamente modeladas: son palabras verdaderas que traducen una vida comprometida hasta el agotamiento. No existe la menor señal de ruptura entre lo que dice y escribe y lo que vive y hace. Es la señal de los santos. El Premio Nobel de la paz 1979 es el reconocimiento universal a una vida y una obra que costituyen un verdadero aldabonazo a nuestra ceguera ante la injusticia de este mundo nuestro y a nuestras posibilidades de redimirlo por el amor.