No es esclarecedor que el poeta hable de su poesía, ha escrito Tina Suárez Rojas. Esto deja a los demás la responsabilidad de hacerlo. Y el riesgo. Pero, ¿por qué no ha de haber riesgo en el acto de hablar de la poesía? ¿No lo hay en el hecho de escribirla? Si el poeta se arriesga, también debe hacerlo su comentarista. Como la autora señala en el mismo texto ?bajo el consuelo derridiano, nos dice?, el poema no sería nada sin ese riesgo. Esclarecer la poesía es, en sí, un acto extraño. Es comprensible que la autora no desee hacerlo. Un poeta romántico diría que la Poesía es un acto misterioso que le desborda, algo que ni él mismo alcanza a comprender. No nos dejemos engañar; no es más que una forma de autopromoción del genio: Algo actúa en mí ?o a través de mí? más grande que yo. ¿Cómo voy a aclarar lo Absoluto que me posee? Esta es la voz de la Poesía de lo Sublime, de lo desbordante, de la poesía de la llama sagrada, del arpa eólica, del titán y de un largo y romántico etcétera. En el fondo, es la consideración de la Poesía como algo propio de elegidos, de seres que se sacrifican ante un destino para el que han sido elegidos por dioses, musas, ellos freudianos, inconscientes colectivos, etc. ?Yo, que quiere que le diga, no soy ese ser leve, alado y sagrado, en estado de endiosamiento que concibiera Platón?, nos dice Tina Suárez. Y especifica: ?pues para desgracia del célebre griego soy, además, lo que se dice mujer.? La afirmación de la autora sobre la poca utilidad del esclarecimiento tiene, pues, otro sentido. Siempre he sostenido que las auténticas obras literarias son la demostración de su propia poética. Esa poética no tiene por qué coincidir con las afirmaciones del autor, con su poética teorizada. En el fondo, una poética no es más que una sistematización de los mecanismos del sentido. Y no es labor del poeta expresarla, sino del lector reconstruirla; aquí el comentarista no es más que un lector privilegiado, un lector con voz, un lector que aterriza sobre el poema guiándose por las luces de la pista.