LA LOZANA, llena de la vitalidad renacentista que ya se entrevé en La Celestina, nace como fiel retrato de la época, vista a través de la sociedad romana, alegre, libertina y licenciosa, y bien se ha dicho que su protagonista, hermosa, sensual y astuta, se parece al personaje de Fernando de Rojas en los años juveniles que gozaba de los deleites del amor.La acción avanza mediante diálogos o coloquios (que Delicado llama mamotretos), en los que intervienen 125 personajes. Aldonza, atractiva y apuesta, está rodeada por un círculo de cortesanas, rufianes, lacayos, prelados, judíos, mercaderes, alcahuetas y rameras (las españolas son las mejores y las más perfectas, dice el autor) que presentan, sin titubeos, crudezas relacionadas con el sexo (más de la mitad de los episodios) o sencillamente con la lucha por ganarse la vida. Las diversas manifestaciones del amor (y anécdotas afines) están vistas como una fuente de placer, como una mercancía que se compra y que se vende. Para ello los personajes se han despojado de toda moralidad y escrúpulos a cambio de un deleite sin trabas, observado desde la sencillez de una vida desasida de principios que los entorpezcan. A diferencia de las aleccionantes obras de este tipo que acaban con un castigo para sus protagonistas, aquí no hay condena final ni conclusión moralizante. Aldonza se retira a la isla de Lípari con su amante Ramplín sin el menor arrepentimiento ni recato por sus acciones, sino, más bien, con ganas de vivir Estarme he reposada, y veré mundo nuevo, y no esperar que él me deje a mí, sino yo a él.Bruno Mario Damiani (Trieste, 1942), profesor de The Catholic University of America, es especialista en Literatura española medieval y del Siglo de Oro.