Norman Lewis viajó tres meses por una Birmania que acababa de
salir de la Segunda Guerra Mundial. Sus efectos estaban a la vista.
Recorrió carreteras y ríos en transportes cargados de comerciantes, a
veces escoltados por el Ejército. Pesaba la amenaza de una incursión comunista,
alguna insurrección tribal o un asalto de bandidos. Y descubrió
una tierra de deslumbrante belleza, de hospitalidad inquebrantable
y con la espiritualidad a flor de piel. Una Birmania donde el director general
de Prisiones citaba a escritores medievales ingleses, y el aliento
budista alcanzaba incluso a las ratas. Para celebrar el ingreso de un hijo
en un monasterio, se sucedían los espectáculos teatrales durante tres
días. Todo lo recogió la mirada maravillada de Norman Lewis y lo fijó en
un libro salpicado por destellos de humor y que exhala humanidad.
Desde su publicación, Tierra dorada figura en cualquier selección de las
obras maestras del género.