El hambre que afligiera a los españoles entregados a la conquista de América, les obligó a comer cueros y culebras para acelerar su marcha hacia la prosperidad soñada, y acabó con quienes dejaron de adorar a sus antiguos dioses. En Un banquete para los dioses se da cuenta de las comidas, ritos y hambres en el Nuevo Mundo a través de una narración en la que se advierte cómo la conquista de la despensa ultramarina se va transformando en una orgía que conduce a la locura de los dioses. Agustín Remesal aprovecha esta apasionante historia para explicar la naturaleza afrodisiaca del chocolate -un producto que desencadenaría una gran división de opiniones acerca de su bondad-, las leyes y decretos que regulaban el uso de la coca, los beneficios y dificultades que la utilización del tabaco podía acarrear, la pantofagia o ingestión de toda clase de animales y plantas, etc. Un texto, en suma, que trata de demostrar que el hambre no tiene religión, y ello a pesar de que la teología se mezcle frecuentemente con los pucheros.