La obra constituye una fenomenología del destino de la cultura occidental, frente al fin de siglo, intentando extraer una lógica de nuestra situación a partir del estudio cuidadoso de un movimiento: el Romanticismo. Auscultando los anhelos, nostalgias y esfuerzos de un puñado de individuos que anduvieron errantes por el mapa convulsionado de una Europa entre dos guerras, la revolucionaria-napoleónica y la Primera Guerra Mundial, se trata de entresacar una tipología de la <>, o sea: de los residuos que la máquina tecnocientífica del estado-nación nunca pudo asimilar ni reciclar, por más que lo intentara mediante la maniobra de conversión de esos residuos en «entretenimiento» estético. Residuos literalmente no degradables, irrecuperables, teñidos de la fascinación burguesa ante el Mal y su regreso como espectro deformado por la represión. Las aportaciones de los románticos a la cura de las llagas de Europa pueden quedar sepultadas en el olvido. Pero no la puesta de relieve de la carne herida, el desenmascaramiento que ellos llevaron a cabo