Desde el siglo XVIII, en España comenzó a establecerse una organización política nacional basada en principios unitarios, que culminarían en 1810-1812, respaldados por la Constitución de gaditana de este último año. Los españoles de todas las provincias, regiones y territorios de España fundaron el Estado centralista liberal, que proclamaba la igualdad de todos los ciudadanos ante la Ley, eliminaba fueros y privilegios con la unidad de códigos y garantizaba su libertad, al dotarse de una justicia independiente. Sentadas aquellas bases, a lo largo del siglo XIX se fue construyendo hasta en sus últimos aspectos aquel Estado que indudablemente extrajo del arcaísmo a la nación, conduciéndola por el camino de la modernidad. En los años siguientes a la Restauración, ya en el siglo xx, no se transformó la estructura de aquel Estado nacido en 1812 sino con cambios circunstanciales, reformas puntuales y poco más, abandonando con ellos el modelo tradicional francés, inclinándose por el británico. Pero desde el último tercio del siglo XX y lo que ha trascurrido del XXI, coincidiendo con la vigencia de la Constitución de 1978, España comenzó un proceso descentralizador que la ha llevado hasta la realidad de hoy.