De todas las etapas de la vida, ninguna necesita mayores preparativos que la jubilación. Sin embargo, ninguna se prepara menos, al existir la idea generalizada de que, hagamos lo que hagamos, los últimos años de nuestra vida están ya predestinados. Y en buena medida es verdad: están predestinados por lo que hayamos hecho en los años anteriores. Precisamente por eso conviene que a partir de los cuarenta y desde luego no más allá de los cincuenta, comencemos a prepararnos para lo que nos espera tras jubilarnos. En todos los aspectos: físico, financiero y, sobre todo, mental, el más importante de todos ellos. Si tenemos en cuenta que la duración de ésta crece a ritmo geométrico y que dentro de no mucho superará a la de la infancia y adolescencia, se comprende la importancia de llegar a ella en condiciones de poder gozarla en su máxima plenitud.