Los inquebrantables, los que nunca han padecido las dolencias del crecimiento, suelen ser buenos compañeros de ruta, pero no sirven para compartir lo excepcional. Lo dice un tipo sin amarras que está buscando al hijo de una amiga por los barrios mafiosos de la ciudad, donde se camufla esa fotógrafa de pelo fucsia que sabe atenerse a las reglas del juego, y donde un motorista puede equivocar al paso el objetivo de sus disparos; un tipo de amistades poco rentables, entre las que se cuentan un infeliz drogadicto y un músico uso sin papeles.