Fue el gran samurái Akechi Yukimura quien encontró al bebé. El niño tenía los ojos muy redondos, y su piel, un tono pálido que le pareció insano. Sí, era un niño extranjero, y sin embargo, Akechi lo adoptó como hijo. Le puso por nombre Sanada. Y Sanada creció y se formó en el camino de la perfección y de la espada. Pero él quería saber y partió en busca de la misión del padre Álvaro de Mendoza, quien le diría cuál era su origen, de dónde venía. Lo que no imaginaba era que el jesuita, en su misión evangelizadora, cruzara un océano y le llevara a un Nuevo Mundo. Ni mucho menos contaba con enfrentarse a tantos obstáculos y peligros: desde los piratas que tratan de abordar su nave, a una auténtica conspiración para acabar con su vida que recurre al vudú y a la magia negra. Afortunadamente, también encontrará en los indios a unos inesperados aliados.