La autobiografía de LoBagola es uno de esos libros en los que compiten lo que el libro cuenta y lo que oculta: siendo lo primero fascinante, no lo es menos lo segundo. LoBagola era ?o decía ser? un «salvaje africano» que, con excelente inglés y capacidad oratoria magistral, anduvo durante años contando ritos, costumbres y aventuras de una tribu africana a la que nunca habían llegado los expedicionarios blancos. Su fama llevó a un editor a proponerle la composición de esta autobiografía que fue publicada con gran éxito en 1930. La autobiografía, de magnífica plasticidad, cohesiona en una misma sustancia narrativa la vida del narrador, las noticias sobre las costumbres de «los salvajes» y un examen de sus ritos. Pero por debajo de lo narrado, el tema fundamental es la mentira: «no supe mentir hasta que conocí a los blancos», nos dice, o bien «el arte de mentir me hizo más fácil la vida». Y ello porque quien se hacía pasar por «salvaje africano» era un realidad un «chico de la calle» de Baltimore que vio en el arte de mentir, en su capacidad fabuladora, un modo de ganarse la vida llenando teatros. Su éxito fue también su perdición. Dejó como testimonio esta espléndida narración que, entre la picaresca y la fantasía, fue inmediatamente traducida a los principales idiomas, como prueba fehaciente del interés general que los asuntos de África habían cobrado en toda Europa.
Joseph Howard Lee. Bata Kindai Amgoza Ibn LoBagola, el salvaje africano supuesto autor de este libro, era en realidad Joseph Howard Lee, o así lo declaró en 1934 cuando estaba a punto de ser deportado a su supuesto lugar de nacimiento en Dahomey. Afirmaba haber nacido en 1887 en el número 620 de la calle Raberg, en Baltimore, Maryland, y ser el decimoséptimo hijo de Joseph, un cocinero, y Lucy, una empleada del hogar. Joseph Howard Lee era pues un chico de la calle que además de dedicarse a todo tipo de trapicheo se ganaba la vida como chapero. Luego consiguió trabajo como marinero y viajó por todo el mundo, incluyendo África. A su vuelta, se le ocurrió en algún momento hacerse pasar por «el salvaje africano» que podía contar en sus espectáculos ?ente el cuentacuentos y el monologuista de hoy? los ritos y costumbres de una tribu de «judíos africanos» a la que nunca había llegado el hombre blanco. Su habilidad para engañar incluso a expertos en temas africanos se demostró en 1911 cuando dio una conferencia sobre lenguas y culturas africanas en el Museo de la Universidad de Pennsylvania. Lo respaldaba Frank G. Speck, vice-conservador de Etnología general en el museo. Speck habló largo y tendido con LoBagola y lo grabó cantando «auténticas canciones de su pueblo». Sus charlas atrajeron a grandes multitudes y cosecharon buenas críticas por parte de la prensa. La revista The Bookman declaró: «aquellos que hayan oído hablar a LoBagola sabrán que es un maestro de la lengua hablada». Otra revista lo describe como «uno de los mayores oradores». Una vez descubierta y reconocida su impostura, le aguardaba una cabalgata de condenas por «perversión» y «sodomía». Los restos de quienquiera que hubiera sido se encuentran en la parcela número 29 del cementerio de Attica, actualmente el centro penitenciario de Attica, en Nueva York.