Armstrong nos muestra cómo a lo largo de los siglos cada una de las religiones monoteístas ha abrazado un concepto ligeramente distinto de Dios. Al mismo tiempo, la autora aborda las semejanzas fundamentales y profundas entre ellas, demostrando que, en las tres, Dios ha sido y es experimentado de forma intensa, apasionada y a menudo traumática.