George Gastin se dedica a inyectar dinero en los bolsillos de sus clientes destrozando sus coches para que puedan embolsarse el seguro. Estamos en el San Francisco de finales de los cincuenta, George tiene veintipocos y está enamorado; el jazz anima las noches y las aventuras. Un día George recibe un encargo ligeramente distinto; el coche que tiene que destrozar es un Cadillac blanco, un regalo que nunca llegó a entregarse a alguien que ya no está: Big Bopper, un rockero primigenio muerto en un accidente de avión junto a Buddy Holly y Ritchie Valens. Cuando las cosas en su vida se empiezan a torcer y el estallido de la crisis parece inevitable, George decide darle un giro imprevisto a su última misión: llevar el Cadillac hasta la tumba de Bopper, en pleno Texas, y prenderle fuego en una pira de homenaje.
Trepidante e imaginativa, espídica y celebratoria, tan cómica como profundamente humana, No se desvanece no es sólo una radiografía exacta del pulso de su tiempo, ni un mero despliegue genial de habilidad narrativa pasmosa, ni tampoco una fiesta a cuenta de «la música y las posibilidades del amor humano». Es, por encima de todo, una novela de las mejores: de las que no se desvanecen.