Debimos habernos arrancado todo
cuando aún teníamos manos.
Despedazarnos como lo harían los lobos.
Hacernos todo el daño de una sola vez.
Así no estaría nuestra habitación
llena con los jirones
de aquellas banderas que nos inventamos
para pedir la paz.
La cama donde dormías,
ahora está llena de sangre y huesos,
y trozos de vida,
esperando que un forense me diga
al menos, a quién pertenecen.
Las armas aún calientes, los cuchillos,
la piedra con la que machaqué tu esperanza.
Debimos, hacérnoslo todo de una,
y el resto del tiempo solo mirarnos de cerca y tranquilos,
calentar agua, gritarnos pero desde su otra forma,
ahuecar las manos en forma de mar
y pedirle al otro que las llenase con peces tropicales.
Debimos juntar las palabras
y arder con ellas,
arder en ellas, arder.
Nunca habrá más amor que en el desamor.